jueves, 15 de marzo de 2012

Un Apóstol contrarrevolucionario en la tormenta de la Rev. Francesa - En lucha con gobernantes anticristianos y eclesiásticos colaboracionistas






Retrato del santo tomado de:




"Der heilige Klemens Maria Hofbauer - Ein Lebensbild"




Johannes Hofer C.SS.R. - Freiburg im Breisgau 1923 - Herder


San Clemente María Hofbauer,
un apostol contrarrevolucionario
Reedificó las murallas del Sacro Imperio y de las almas
en la tormenta de la Revolución Francesa



No muchos lectores conocen la vida llena de luchas y aventuras de un gran santo de la época contemporánea: San Clemente María Hofbauer, elevado a los altares y designado Patrono de Viena por San Pío X.
Como santo que era, fue contrario en ideas y espíritu a la Revolución anticristiana (v. “Revolución y Contra-Revolución” del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, ed. digital); y lo que más se destaca de su acción es la lucha incansable contra las tendencias e ideas revolucionarias de su tiempo.
La infancia transcurrió en su natal Moravia, pequeño y fértil país perteneciente entonces al Imperio Austríaco, heredero directo del Sacro Imperio Romano Germánico cuyo fin fue provocado por las armas de Napoleón, que exportó la Revolución Francesa y era llamado entonces “el Anticristo”.
De familia campesina saludable y numerosa, hijo de un pequeño propietario, recibió -especialmente de su madre- una eximia educación católica, basada en el sacrificio y el hacerle frente a las pruebas, el rezo del Rosario y la Historia Sagrada.
Cuando en clase se narraban hechos heroicos protagonizados por los justos de cualquier tiempo y lugar, él transbordaba de entusiasmo y daba vivas al héroe. A veces soñaba que estaba la maternal Emperatriz María Teresa rodeada de feroces turcos mahometanos y él llegaba a caballo a liberarla.
Se fue formando en su espíritu la idea de seguir la carrera militar, como sus hermanos mayores, al par que admiraba, como otra especie de milicia, la vocación misionera.

La madurez del joven le fue haciendo ver cuánta necesidad había de luchadores por la Fe católica, en una época en que las ideas de la Revolución Francesa destruían las tradiciones y el estilo de vida de la Cristiandad.
Esto lo decidió por la vocación sacerdotal, probando en monasterios e institutos religiosos, sin encontrar lo que buscaba. Por todas partes chocaba con el espíritu de la "Ilustración", que envenenaba las almas con veleidades deístas y teorías igualitarias que repugnaban su simple y profunda formación tradicionalista.
Peregrino y emprendedor inagotable, la mano de Dios lo llevó a la Congregación fundada poco antes por San Alfonso María de Ligorio, quien tuvo una visión consoladora, antes de morir, contemplando el futuro glorioso de su obra por la fidelidad del enérgico joven germano, ordenado sacerdote redentorista en 1785.

La inestable situación política provocada por la Revolución Francesa lo disuadió de actuar en tierras de la Casa de Austria, dirigiéndose a Varsovia donde formó un vigoroso movimiento católico en torno a la Iglesia de San Benno, lo que le atrajo el odio de poderosos enemigos de la Cristiandad.
Curiosamente, éstos se apoyaban no poco en clérigos y dignatarios eclesiásticos para perseguir más cómodamente al Padre Hofbauer y sus valientes colaboradores. El Rey de Prusia –protestante- exigía la aprobación previa de los párrocos católicos para cualquier prédica que quisieran hacer los hofbauerianos en sus tierras.
Entre tanto, San Clemente hacía permanentes viajes a distintos puntos donde pensaba extender la Congregación. Pero las ideas liberales anticristianas habían avanzado terriblemente inclusive en el Clero.
Un ejemplo es la persecución que sufrió al comenzar su misión en la Iglesia de Santa María del Pino, en la Selva Negra. El cuño tradicional de su apostolado la atraía muchedumbres de pueblo fiel, al par que las iglesias de sacerdotes tibios o revolucionarios quedaban vacías. Los malos párrocos se quejaban, furiosos, y levantaban en su contra toda especie de calumnias, como lo hacían los jansenistas en Francia contra San Luis María Grignion de Montfort. Uno de ellos llegó al extremo de amenazar negarles la comunión pascual a los fieles que asistiesen a estas meditaciones (cf. E r win Dudel, "Klemens Hofbauer", Bonn, 1970, p, 91),

Por detrás de estos acontecimientos, se hacía sentir la acción del Obispo Wessenberg, ligado a la secta de los Iluministas de Baviera, precursores del comunismo que promovían “la abolición de la Religión, la Familia y la Propiedad”, como dice el Abbé Barruel en sus famosas Memorias para servir a la historia del Jacobinismo. Este Obispo comprometido con las logias prestaba oídos a todas las quejas contra el P. Hofbauer. La región pertenecía al Archiduque Fernando, protector del santo, pero al perderlas, quedó Mons. Wessenberg a sus anchas para suspender arbitraria y totalmente la actuación de los redentoristas. “Nunca hubiese pensado que vuestro bondadoso corazón fuese capaz de castigarme con tanta dureza”, le escribió San Clemente al Obispo (ibid., p. 99). Pero todo fue inútil y tuvieron que irse. El pueblo fiel los acompañó un largo trecho, pues su sentido católico le indicaba quiénes estaban del lado de Dios.
La injusticia produjo tal indignación que estalló un desorden y el párroco Höhn –principal instigador- tuvo que huir, sin poder regresar jamás.

Polonia había caído en manos de Napoleón, “el jacobino coronado” (cf. Ranke), quien se interesaba personalmente y en detalle por las actividades del P.Hofbauer. ¡El olfato de los enemigos de la Iglesia no se equivoca!
No tardó en hallar un pretexto para clausurar la misión de San Benno y expulsar a quien tanto había hecho por Varsovia. La obra de 20 años quedó reducida a cenizas, aunque sin duda vive en la catolicidad del pueblo polaco. San Clemente María Hofbauer, con 57 años, debía comenzar todo de nuevo desde cero. Paradójicamente, no era el ocaso sino el auge de la acción lo que se venía.

Comenzaba su apostolado inmortal en la esplendorosa capital del Imperio. La juventud aristocrática, los encumbrados miembros del Congreso de Viena y de la Corte imperial, los partidarios del orden de los más diversos orígenes y numeroso pueblo fiel son el impresionante campo de acción del ya entonces célebre Vicario General Hofbauer. Funda asociaciones, inspira círculos de personas influyentes que a su vez establecen colegios y otras sociedades, interviene en cuestiones políticas esenciales para la sociedad temporal católica, y se convierte en foco de irradiación que ilumina a Viena y desde allí se difunde por todo el orbe católico. Escritores prestigiosos como Schlegel, Adam Müller, Eichendorff, Brentano, reflejan en su prolífica obra mucho del espíritu hofbaueriano.
Pero sus enemigos tampoco permanecen inactivos. El Canónigo Gruber, Vicario capitular de la Catedral de San Esteban lo visita al regente del Imperio, Archiduque Rainiero, llevándole para su firma un decreto de expulsión del P. Hofbauer. El Archiduque lo oye en silencio, y cuando termina, lo despide con las siguientes palabras: "Si me permite darle mi opinión, concisamente, estimo que aquí no hace falta un Padre Hofbauer sino por lo menos seis como él. ¡Buenas tardes, señor Vicario capitular!".
El Emperador Francisco I, a su vuelta de Roma, lo llama a San Clemente María y, luego de abrazarlo, le autoriza por fin el establecimiento del primer convento redentorista en Austria. Gruber se entera y cae en cama, para no levantarse más... ("El Pe. Hofbauer –el portaestandarte de Dios", W. Hünermann, Innsbruck, pp. 321 y ss.).

Se realizaba así una profunda aspiración del Padre Hofbauer. Fue una gracia que recibió de Nuestra Señora poco antes de su muerte, ocurrida el 15 de marzo de 1820, fecha en que la Iglesia celebra su fiesta. Para darle el último adiós se abrió la puerta gigantesca de la catedral de San Esteban, como se hacía sólo para despedir a los grandes del reino -¡y éste lo era, realmente, por su alta vocación que renovó los fundamentos del Imperio y de la civilización cristiana en las almas! Multitudes llenaban las calles llevando antorchas, toda Viena estaba iluminada. Un paladín de la Iglesia militante entraba triunfalmente al reino de los Cielos.
¡Qué santo extraordinario! No merece el olvido en que se lo tiene, máxime cuando las analogías profundas de situación respecto de nuestro días son tan notables. Que en este 15 de marzo nos sea propicio desde su trono celestial e interceda para que la Emperatriz de la Cristiandad disipe las tinieblas que nos abruman.

“…salvo los actuales demócratas y anarquistas, que no nos miran con buenos ojos y nos consideran siervos pagados por los reyes para acostumbrar al pueblo a la servidumbre y privarlo de su libertad, que merecemos ser ahorcados, nadie tiene nada que decir de nosotros, y así, en el fondo, esto no nos preocupa. Sólo lamentamos no poder hacer más por el bien de los necesitados (…).” Joh. Clemens M. Hoffbauer, Congregation. Ssimi Redemptoris – Vicar. Gen.
Carta al ministro Otto von Voss, fechada en Varsovia, el 12 de septiembre de 1800 (“Monumenta Hofbaueriana”, Cracovia, 1915, Imprenta de los PP. Redentoristas).



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